Esta es la historia de Petra, una buena señora de unos 70
años que vive con su hija en cualquier localidad rural de la España profunda.
Vive con su marido y con una de sus hijas en la que fue la morada de sus
padres, se dedica a cuidar de su casa y ayuda a su otra hija en el cuidado de
sus nietos. Ella que siempre ha gozado de buena salud arrastra desde hace algo más
de 2 años un trastorno depresivo que ''la tiene acobardá'', según dice ''ya no
valgo para ná, ni pa hacer haciendas'', ''si es que no circulo'', ''y mi marido
a toas horas ''¡pero ponte tiesa!''.
Esta mañana su hija ha visitado la consulta. Nos ha dicho que
desde la última visita al hospital la encuentra muy torpe, lenta e inestable.
Su preocupación es tal que decide llevarla de nuevo al Hospital pasando
directamente al servicio de Urgencias.
Por la noche se presentan ambas, madre e hija, de nuevo en la
consulta. Nos cuentan que han estado todo el día en sentadas en un sillón, en
la zona de Urgencias, rodeada de gente enferma la una, en la salita de espera
la otra. Su aspecto no es muy fresco, se encuentran cansadas, hartas,
maltratadas por la vida y por esos médicos que no han dado solución a su
problema. En el informe que aporta podemos leer que la han visto un par de
especialistas, extraído sangre, radiado la espalda y modificado por enésima vez
la medicación. Pero Petra continúa con la misma sensación de desasosiego.
Petra ha cambiado unas 10 veces de tratamiento en estos 2
últimos años (cada vez es más frecuente que un especialista en el hospital
decida ponerle una pastilla nueva o reducir la anterior...siempre se trata de psicofármacos
(incluidas 3 o 4 benzodiacepinas, algún antidepresivo y algún otro hipnótico).
Demos por descontado que estos fármacos ni se introdujeron de manera progresiva
con ascenso de dosis paulatina, ni aguantaron el suficiente tiempo como para
que Petra pudiera notar algún efecto beneficioso (posiblemente gracias a que no
era capaz de aguantar más de tres días sin volver al médico a demandar una
solución para su problema.
Sus síntomas pueden explicarse por la polimedicación
psiquiátrica, pero ya que estamos en el hospital y tenemos especialistas...pues
que la miren, no vaya a ser que se nos pase algo, y de paso me quito yo el
muerto de encima. Por supuesto no daré ninguna explicación a la pobre señora,
que espere, que a la Urgencia no se puede venir con prisas!. Así que el
reumatólogo evalúa a la señora, que se va del hospital con una cita para dentro
de unos meses y un volante para la realización de una cara prueba de imagen en
absoluto inofensiva. Y aquí tenemos a Petra delante nuestra exponiéndonos de
nuevo el tema, buscando de nuevo una solución a su problema, que nos recuerda
que no se ha solucionado.
Me pregunto qué es lo que falla, la osadía de modificar
tratamientos farmacológicos de este tipo de una manera tan alegre (sin tener en
cuenta cuánto tiempo lleva tomándolos, cómo y por qué), la concepción por parte
de Petra de lo que son los servicios sanitarios (y hasta donde pueden llegar,
hasta cuánto pueden hacer por ella)...
La responsabilidad del médico y la responsabilidad del
paciente, los unos y los otros la casa sin barrer. Unos se quitan el muerto de
encima, otros demandan hasta la saciedad volcando en el prójimo todos sus males
en espera de que ese ser divino con fonendoscopio les roce con su varita mágica
y les dé su solución.
Con el tiempo y la dejadez los problemas crecen como bolas de
nieve, y lo que en un principio podría haberse solucionado con la palabra (y
algún fármaco), ahora ni la palabra puede solucionarlo ¿existirá algún
profesional en este mundo que sea capaz de rescatar a Petra? Quizás exista pero
¿existe alguien capaz de aguantar la presión asistencial de esta buena señora?
¿Qué puede más, la tozudez o la profesionalidad?
En cualquier caso parece claro: Petra es el actor
perjudicado.
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