jueves, 3 de diciembre de 2015

Tozudez o profesionalidad, una batalla en la que el paciente siempre es el perjudicado.



Esta es la historia de Petra, una buena señora de unos 70 años que vive con su hija en cualquier localidad rural de la España profunda. Vive con su marido y con una de sus hijas en la que fue la morada de sus padres, se dedica a cuidar de su casa y ayuda a su otra hija en el cuidado de sus nietos. Ella que siempre ha gozado de buena salud arrastra desde hace algo más de 2 años un trastorno depresivo que ''la tiene acobardá'', según dice ''ya no valgo para ná, ni pa hacer haciendas'', ''si es que no circulo'', ''y mi marido a toas horas ''¡pero ponte tiesa!''.



Esta mañana su hija ha visitado la consulta. Nos ha dicho que desde la última visita al hospital la encuentra muy torpe, lenta e inestable. Su preocupación es tal que decide llevarla de nuevo al Hospital pasando directamente al servicio de Urgencias.

Por la noche se presentan ambas, madre e hija, de nuevo en la consulta. Nos cuentan que han estado todo el día en sentadas en un sillón, en la zona de Urgencias, rodeada de gente enferma la una, en la salita de espera la otra. Su aspecto no es muy fresco, se encuentran cansadas, hartas, maltratadas por la vida y por esos médicos que no han dado solución a su problema. En el informe que aporta podemos leer que la han visto un par de especialistas, extraído sangre, radiado la espalda y modificado por enésima vez la medicación. Pero Petra continúa con la misma sensación de desasosiego.



Petra ha cambiado unas 10 veces de tratamiento en estos 2 últimos años (cada vez es más frecuente que un especialista en el hospital decida ponerle una pastilla nueva o reducir la anterior...siempre se trata de psicofármacos (incluidas 3 o 4 benzodiacepinas, algún antidepresivo y algún otro hipnótico). Demos por descontado que estos fármacos ni se introdujeron de manera progresiva con ascenso de dosis paulatina, ni aguantaron el suficiente tiempo como para que Petra pudiera notar algún efecto beneficioso (posiblemente gracias a que no era capaz de aguantar más de tres días sin volver al médico a demandar una solución para su problema.

Sus síntomas pueden explicarse por la polimedicación psiquiátrica, pero ya que estamos en el hospital y tenemos especialistas...pues que la miren, no vaya a ser que se nos pase algo, y de paso me quito yo el muerto de encima. Por supuesto no daré ninguna explicación a la pobre señora, que espere, que a la Urgencia no se puede venir con prisas!. Así que el reumatólogo evalúa a la señora, que se va del hospital con una cita para dentro de unos meses y un volante para la realización de una cara prueba de imagen en absoluto inofensiva. Y aquí tenemos a Petra delante nuestra exponiéndonos de nuevo el tema, buscando de nuevo una solución a su problema, que nos recuerda que no se ha solucionado.



Me pregunto qué es lo que falla, la osadía de modificar tratamientos farmacológicos de este tipo de una manera tan alegre (sin tener en cuenta cuánto tiempo lleva tomándolos, cómo y por qué), la concepción por parte de Petra de lo que son los servicios sanitarios (y hasta donde pueden llegar, hasta cuánto pueden hacer por ella)...



La responsabilidad del médico y la responsabilidad del paciente, los unos y los otros la casa sin barrer. Unos se quitan el muerto de encima, otros demandan hasta la saciedad volcando en el prójimo todos sus males en espera de que ese ser divino con fonendoscopio les roce con su varita mágica y les dé su solución.



Con el tiempo y la dejadez los problemas crecen como bolas de nieve, y lo que en un principio podría haberse solucionado con la palabra (y algún fármaco), ahora ni la palabra puede solucionarlo ¿existirá algún profesional en este mundo que sea capaz de rescatar a Petra? Quizás exista pero ¿existe alguien capaz de aguantar la presión asistencial de esta buena señora?

¿Qué puede más, la tozudez o la profesionalidad?

En cualquier caso parece claro: Petra es el actor perjudicado.

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