martes, 17 de noviembre de 2015

“Doctor, estoy desmemoriada”: sobre la concepción de la enfermedad en la población y obligación del profesional sanitario.



Esta frase bien podría ser las primeras palabras que pronunciara una mujer ya entrada en años que acudiera a una consulta especializada en Neurología de cualquier Hospital de nuestro entorno. Podría tratarse de una mujer de 73 años, sin antecedentes familiares de interés (aunque ella siempre puntualiza que su abuela ‘’perdió la cabeza a la edad de 84 años’’), ligero sobrepeso tipo II y no consumidora de alcohol ni tabaco, con una situación familiar estable, marido y tres hijas (la menor acaba de ser madre y se encuentra desbordada con la nueva criatura). Las quejas de la señora son muy concretas: sufre olvidos con frecuencia en su día a día (nombres y datos que ha procesado hace poco tiempo desaparecen de su mente como si nada), sin embargo sus familiares no relatan cambios de conducta, ni fugas, y refieren que reconoce perfectamente a los familiares y amigos cercanos (aunque a veces no acierte a nombrar a algún  vecino). Finalmente también cuenta que la posibilidad de olvidarse de algo importante mientras tiene que cuidar a su joven nieto le atormenta.
El especialista se apresurará a pasarle un test rápido cognitivo (MMSE que muestra un resultado de 23 sobre 24), solicitará test neuropsicológicos, e incluso le pedirá una prueba de imagen craneal (no vaya a ser que se nos pase algo). Todas las pruebas serán probablemente normales (como era de esperar dado el resultado del Mini Mental Test), y en la próxima revisión con resultados (más o menos 14 o 16 meses después de la primera consulta) así se lo hará saber el neurólogo a nuestra amable señora, que no saldrá muy convencida de la consulta al no hallar solución a su problema.
Posiblemente esos olvidos que tanto preocupan a nuestra señora sean muy normales en la población general, posiblemente lo realmente alterado es esa capacidad de afrontamiento que todas las personas tenemos que despertar en nuestro día a día para que hecho cotidianos, aunque puñeteros, no nos paralicen y afecten nuestra vida cotidiana.
Ahora bien, ¿es la función del buen señor neurólogo emplear tiempo de su consulta el intentar cambiar este comportamiento? ¿Es educación en salud función del médico de familia en exclusiva? ¿A quién pertenece esta función? Pertenece al médico, sin apellidos, pues la salud global del paciente prevalece sobre ese ‘’cachito’’ de medicina en cuestión. Pues se puede ser muy erudito en la materia pero por el contrario no valer para esto. Esto es estar del lado del paciente, atenderlo, proponer alternativas a esas premisas que, aunque para nuestro paciente estas parezcan una verdad absoluta, el medico constata que no son tal.
Para el paciente su verdad es la enfermedad, mientras que para el medico la verdad son las evidencias y cómo abordar estas evidencias es lo que un médico debería transmitir a sus pacientes, no los datos en sí (si bien es importante ofrecerlos, de nada sirven si no se sabe interpretar).

Secuela:
Un caso parecido es cuando escuchamos que los niños se portan mal en el colegio porque la educación (al menos la parte de la educación  menos académica) tiene que ser en casa. ¿Dónde tiene que educarse moralmente? ¿Dónde aprende uno a saber comportarse?
Quizás esta función corresponda a toda la sociedad en su conjunto (al médico y al albañil, al abuelo y a la hermana) y no a los maestros recluidos en centros precarios de enseñanza pública. A lo mejor esta sociedad está podrida, y es demasiado egosita, hipócrita y cínica para siempre mirar al otro lado.