María Eugenia es una mujer de 59 años que vive en un pueblo
de cualquier zona rural de España con su hijo Marcos, de 16 años. Hoy viene a
la consulta porque está muy preocupada por Marcos, no es la primera vez que
viene a vernos, ya que ha visitado en numerosas ocasiones nuestra consulta así
como otras consultas hospitalarias e incluso privadas.
Nos cuenta que ‘el niño’ no va bien en los estudios, que le
da malas contestaciones, que ‘’no sabe qué hacer ya con él para que cambie su
comportamiento’’. Marcos nos mira con
sonrisa tranquila, no parece estar muy afectado por las de su madre. Él acepta
que a veces se siente muy nervioso, que le cuesta concentrarse…y que tiene
inquietudes que parece que nadie en su alrededor es capaz de comprender. No es
el chico más popular del instituto y normalmente no sale de casa (en parte
porque a su madre no le hace mucha gracia que la deje sola ahora que acaban de
perder a el abuelo, que vivía con ellos desde que nació Marcos).
Hasta ahora parece que todo lo que nos cuenta María acerca de su hijo no discrepa mucho de la vida de cualquier otro adolescente de su edad. Cierto es que viven en una casa humilde, que pasan dificultades para llegar a fin de mes con la pensión de viudedad de María, que la situación laboral en el pueblo no es muy boyante…En las sucesivas visitas médicas Marcos y María han contactado con infinidad de médicos, psiquiatras, neurólogos y demás especialistas, que han ido indicando sucesivamente fármacos exclusivamente para controlar esos impulsos, ese desanimo, esos problemas…más referidos por la madre que por el joven adolescente. Incluso desde hace 3 días está tomando una medicación neuroléptica propia de enfermedades mentales graves con trastornos de disrupción de la conciencia. Sin embargo Marcos nunca ha referido (y lo puede constatar su madre) no saber quién es, donde se encuentra o haber tenido episodios de pensamientos confusos, creencias falsas o alucinaciones.
Hasta ahora parece que todo lo que nos cuenta María acerca de su hijo no discrepa mucho de la vida de cualquier otro adolescente de su edad. Cierto es que viven en una casa humilde, que pasan dificultades para llegar a fin de mes con la pensión de viudedad de María, que la situación laboral en el pueblo no es muy boyante…En las sucesivas visitas médicas Marcos y María han contactado con infinidad de médicos, psiquiatras, neurólogos y demás especialistas, que han ido indicando sucesivamente fármacos exclusivamente para controlar esos impulsos, ese desanimo, esos problemas…más referidos por la madre que por el joven adolescente. Incluso desde hace 3 días está tomando una medicación neuroléptica propia de enfermedades mentales graves con trastornos de disrupción de la conciencia. Sin embargo Marcos nunca ha referido (y lo puede constatar su madre) no saber quién es, donde se encuentra o haber tenido episodios de pensamientos confusos, creencias falsas o alucinaciones.
¿Deberíamos guiarnos por la inercia terapéutica y seguir recetando esta medicación a este chico,
marcándole para toda la vida y exponiéndole a potenciales y graves efectos
secundarios a corto y largo plazo? La respuesta parece bastante clara.
Lo que realmente debería hacer su médico es profundizar en
las raíces del problema, y no puede hacerlo si no fija su mirada en su madre,
en su casa, en sus vivencias, en su colegio….en su contexto. Es aquí donde
cobra valor la figura del médico de familia, que puede ver la compleja realidad
del contexto social que envuelve a esta familia en concreto. Imposible pasar
por alto las características psicológicas y afectivas de sus relaciones, los
problemas psíquicos y físicos de su madre, las condiciones de vida de su
barriada. Y yo me pregunto si puede hacerse este abordaje desde el ámbito hospitalario,
donde lo máximo que consiguen María y Marcos cada vez que visitan un hospital
es añadir un nuevo fármaco a su lista, o algún cambio en la medicación actual. Por
supuesto que una consulta psiquiátrica o psicológica de manera frecuente (solo posible en consultas privadas) sería una
gran ayuda para esta familia pero les resulta totalmente imposible permitírselo
con los escasos recursos de los que disponen.
En el raíz del problema está la relación entre madre e hijo
(puede que también haya influido la relación del padre con ambos dos), que
impulsa a consultar repetidamente al percibir como problema un comportamiento
que se puede encuadrar como normal dada la edad del chico. En la raíz también se
encuentra el trastorno del ánimo de la
madre, que inconscientemente está perjudicando sobremanera la salud de su hijo,
al provocar indirectamente la medicalización precoz e innecesaria del muchacho.
¿Podríamos decir que la madre en parte es responsable de la ‘no enfermedad de
su hijo’? ¿Debería alguien decirle que le está perjudicando o mostrárselo de
algún modo(realizar de algún modo educación en el ámbito sanitario)?
Quizás tratando ambos problemas, los de la madre y los del
hijo, de manera conjunta sería más fácilmente solucionable. Quizás si los
poderes públicos mejoraran la situación económica y social de esta familia podría
solucionarse este problema, así como el de muchos otros de personas con escasos
recursos, y esto permitiría ahorrarse todos los gastos derivados de esta
atención.
Por tanto son muchos factores los que entran en juego, y
estos tienen que ser articulados (primero evaluados y puestos de manifiesto) y
consecuentemente atajados y afrontados por el médico, la familia y la sociedad.
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